¿Cómo habló Zaratustra?

Este es un libro que lo deja a uno literalmente patidifuso. Fue escrito en la penúltima década del siglo XIX, y cuando fue publicado apenas tuvo lectores, pero ahora es universalmente conocido, relativamente hablando. En un libro que escribió años después, el menos conocido pero más revelador Ecce homo, Nietzsche vincula la escritura de Así habló Zaratustra a un estado de inspiración, en el cual “todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tormenta de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder, de divinidad... La involuntariedad de la imagen, del símbolo, es lo más digno de atención; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es símbolo, todo se ofrece como la expresión más cercana, más exacta, más sencilla”. Zaratustra es, efectivamente, un prodigio de imaginación y una cascada viviente de creatividad. Nietzsche escribió la primera parte del libro en diez días; la segunda y la tercera habrían sido escritas en un periodo similar de tiempo, mientras que la cuarta y última estaba en principio destinada a otra obra.

La inspiración está tradicionalmente asociada a la locura. Al menos desde Platón: la “inspiración” es una “locura” o un “furor divino” que viene de los dioses y afecta a los enamorados, los sacerdotes y los poetas. Desde Platón hasta ahora los enamorados, los sacerdotes y los poetas que han creído ser visitados por la inspiración son más numerosos que los granos de arena del desierto. El poeta Carlos Edmundo de Ory decía que la poesía “es una voz que viene”, “algo numinoso, que viene del numen, de un poder mágico”. Así es como él lo sentía, y el resultado se puede encontrar en sus libros. Lo mismo se puede decir de las “inspiraciones”, “raptos” y “revelaciones” de los profetas, tanto oficiales como no oficiales. Una voz que viene. Si los antiguos profetas sienten a Dios y hacen nacer a Dios, Nietzsche, que es otro profeta, siente la ausencia de Dios y anuncia la muerte de Dios. Cuando Dios probablemente no ha estado nunca en ninguna parte.

La cuestión es a qué se parece más lo que en un momento dado es identificado como “inspiración”, si a una vertiginosa ráfaga de clarividencia o a una alucinación mental, si a un hallazgo de la imaginación a una ocurrencia delirante, si a un logro del pensamiento o al producto de un desorden de la razón. En Aurélia, donde describe la experiencia de su grave enfermedad mental, Gérard de Nerval dice: “Me desperté poco después y le dije a Georges: ‘Salgamos’. Mientras pasábamos por el Pont des Arts, le expliqué las migraciones de las almas, y le decía: ‘Me parece que esta noche tengo en mí el alma de Napoleón, que me inspira y me ordena grandes cosas’...”. Unos han sentido el alma de Napoleón, o han oído voces de princesas mayas, y han sido declarados no aptos mentalmente, mientras que otros han sentido otras presencias y oído otras voces y han sido considerados altamente capacitados. En Nerval se percibe claramente la confusión de lo que él llama el sueño y la vida, siendo el sueño el mundo de las “visiones”, o el estado correspondiente al delirio mental, y la vida el estado correspondiente a una convencional lucidez. Pero no hay límites definidos entre lo uno y lo otro. El sujeto es alguien que siente, y cuanto más intensamente siente, y menos distanciado está de sus sentimientos, más susceptible es de pensar o de creer que está teniendo una inspiración. Comprende el sentido de lo que siente y de lo que está haciendo, se ve inundado por una resplandeciente claridad, que ilumina el camino que debe seguir. Quizá esa claridad no es sino el fértil producto de haberse quitado estorbos de en medio. Pero también puede ser que esa claridad sea solo aparente. Escribir es muy penoso. Las bibliotecas son cementerios de espejismos, entusiasmos engañosos, patéticas claridades, falsas clarividencias. Si aceptas incondicionalmente todo lo que se te revela cuando estás “inspirado”, sin someterlo a una revisión crítica y un examen racional, mal asunto.

En cuanto a Nietzsche, hay que decir que estaba enfermo, y era una enfermedad grave y cruel, pero evidentemente la enfermedad no lo explica todo. La enfermedad es solo un factor más, junto a muchos otros involucrados en un producto sobresaliente del pensamiento humano. Al margen de la perspectiva patológica, el estado en que Nietzsche acomete Zaratustra es un estado de apertura, o lo que es lo mismo, una situación especialmente gratificante y afortunada desde el punto de vista de la inmunidad frente a las influencias del mundo exterior. Mientras otros, cuando se aplican a una tarea creativa, no pueden abrirse, y aun sin darse cuenta se cierran, o están siendo cerrados, él está abierto, quizá más que abierto, e incluso demasiado abierto. Es decir, el mundo no tiene poder sobre él. Está en condiciones de ver mucho más de lo normal, y no solo de verlo, sino también de expresarlo, que es la clave. La visión está íntimamente unida al sentimiento, y la conexión se resuelve en una fluidez expresiva que en este caso es más bien una inundación. Se podría decir que Así habló Zaratustra es una modalidad expresiva de la inundación. Todo es excesivo, el sentimiento y la expresión del sentimiento, y el exceso, que se produce en el seno de un descomunal desencadenamiento de energía, da lugar a una perspectiva distorsionada. Nietzsche está sintiendo lo que está sintiendo como si fuera algo trascendental, y no cabe duda de que tiene su importancia, pero no es para tanto.

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