La fatalidad de Nietzsche

 

La fatalidad de Nietzsche es la afirmación. Nietzsche estaba condenado a decir sí, igual que otros están condenados a decir no. Son cosas que no se pueden evitar. Nietzsche se afirma en la abundancia (¿o habría que decir: la abundancia no le da a Nietzsche ninguna opción para no afirmarse?), y en la abundancia el gozo y el sufrimiento se abrazan; dice sí sin reservas “aun al sufrimiento, aun a la culpa misma, aun a todo lo problemático y extraño de la existencia...”. Si la cruz del sufrimiento, aunque opuesta a ella, no hubiese estado tan íntimamente unida a la cara de la sobreabundancia, evidentemente su filosofía no hubiese podido ser de afirmación. Pero la experiencia es decisiva. El pensamiento está condicionado por ella. Cada realización de la experiencia es una visión distinta del mundo. La visión de alguien esencialmente vulnerable no puede ser la misma que la de alguien esencialmente enérgico; no se ve lo mismo desde la perspectiva oscura de la debilidad que desde el impulso luminoso de la fuerza y la energía. Nietzsche está acostumbrado a la sensación de invulnerabilidad. El poder y la autoestima son decisivos en su experiencia. Esto es algo que se demuestra en su propia escritura, no ya en la escritura directa y significativamente autobiográfica, como la de Ecce homo, sino en toda la escritura de Nietzsche, esa energía imparable, esa palabra inmune a la duda. Experimenta, junto a los éxtasis de lucidez, situaciones adversas, pero estas no lo aplastan ni tienen suficiente peso como para condicionar su pensamiento en sentido negativo, sino que parecen actuar como el preludio de la autoafirmación, el signo que, dentro del abatimiento, precede a un renacer al entusiasmo en la relación con la vida. En este sentido se puede decir que Nietzsche era muy afortunado, pero por desgracia para él de una manera muy relativa; en realidad era mucho más desgraciado de lo que él mismo sospechaba.

La filosofía de Nietzsche se puede sintetizar en tres o cuatro rasgos esenciales que, expresados de muchas formas y con múltiples variantes, se repiten continuamente. Podría, incluso, reducirse a dos términos: vida y afirmación; estos son los puntos de referencia permanentes, constantes, con sus momentos culminantes y sus degeneraciones inconscientes, sus aspectos sublimes y sus aspectos grotescos, sus manifestaciones deslumbrantes y sus lamentables derivaciones. Aquí, en Ecce homo, quiere hacer ver cómo en Zaratustra “aquel que niega con palabras, que niega con hechos, en un grado inaudito, todo lo afirmado hasta ahora, puede ser a pesar de ello la antítesis de un espíritu de negación”. Porque su afirmación radical se basa en una negación radical; la afirmación se realiza a través de la negación, y no habría podido surgir sin el impulso de la negación. Algo que cae en un abismo se eleva hacia la altura. De donde surge el carácter al mismo tiempo abismal y luminoso de los pensamientos. Nietzsche es alguien que ha visto, y que ha visto desde una perspectiva al mismo tiempo nítida y distorsionada. La muerte de Dios, la transvaloración de los valores, el eterno retorno, son experiencias que otros ya habían sentido e ideas que otros ya habían expresado, pero él encuentra la imagen, la expresión reveladora de la idea, y en ese sentido es un ‘creador’. No alguien que crea algo de la nada, porque nada se crea de la nada, sino alguien que le da nueva forma a una materia ya existente. El creador no es el ‘inventor’ ni es el ‘artista’, sino más bien el ‘constructor’, el que lleva a cabo una obra con inteligencia y naturalidad, elegancia y consistencia. En la obra de Nietzsche, junto a los hallazgos y las manifestaciones de la potencia creativa, abundan las generalizaciones, las arbitrariedades, las simples ocurrencias, cuando no los auténticos disparates y la conmovedora pobreza del que ha llegado a un punto en que tiene suficiente con contemplarse el ombligo, que es el punto que Ecce homo señala claramente. Cuando escribe esas páginas patéticas, Nietzsche ha llegado al fatídico momento en que la posibilidad de la equivocación está descartada para él. Ya no puede equivocarse. No puede más que afirmarse a sí mismo. Todo en él es excelso, irrefutable, magnífico. Como sucede en estos casos, la única forma de no estar equivocado es estar de acuerdo con él. Esto siempre y cuando sea posible, pues el estar de acuerdo con él está al alcance de muy pocos, si es que está al alcance de alguien, dada la imposibilidad de abarcar su sublime pensamiento en toda su profundidad y toda su amplitud.

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