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La transformación

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Una constante en La transformación es la oscuridad del sufrimiento de Gregor, el protagonista de la historia. El sufrimiento oficial es el de la familia, mientras que el oscuro suplicio de Gregor es un sufrimiento invisible, no comprendido ni reconocido, ya que Gregor no es como sus familiares, y ellos no pueden verlo como alguien digno de equipararse a ellos en la categoría del sufrimiento. Si el sufrimiento es una carga, esa carga la lleva la familia, al tener que soportar a Gregor, mientras que este no lleva ninguna carga, sino que es la carga. Esta es la situación que plantea la nueva relación entre Gregor y su familia; alguien que está creando problemas y aquellos que están padeciendo esos problemas. Gregor es ahora un ‘bicho monstruoso’, tal como es calificado al principio de la narración, una criatura extraña, una anomalía viviente, alguien que sufre un fenómeno que lo pone completamente al margen de la vida normal. Y ellos, personas normales, no son capaces de verlo como a

Fatalismo ruso

En el primer capítulo de Ecce homo , en el que explica ‘Por qué soy tan sabio’ , Nietzsche alude a su “larga enfermedad”, cuyos síntomas lo obligaron a abandonar la enseñanza universitaria en Basilea en 1879. Dentro de una debilidad extrema, de una falta de energía y una vulnerabilidad alarmantes, lo que se impone es algo a lo que él llama ‘fatalismo ruso’, actitud en virtud de la cual “un soldado ruso a quien la campaña le resulta demasiado dura acaba por tenderse en la nieve. No aceptar ya absolutamente nada, no tomar nada, no acoger nada dentro de sí; no reaccionar ya en absoluto...”. Este ‘no aceptar absolutamente nada’ podemos entenderlo como ‘aceptarlo absolutamente todo’, dejar de tener en cuenta nada que no sea absolutamente lo que hay, lo que hay en ese mismo momento. El soldado, que está siendo acosado y derrotado por el cansancio y la debilidad, por el enemigo y el frío, que está siendo desbordado por una doble contrariedad, externa e interna, se tiende en la nieve y asume l

La fatalidad de Nietzsche

  La fatalidad de Nietzsche es la afirmación. Nietzsche estaba condenado a decir sí, igual que otros están condenados a decir no. Son cosas que no se pueden evitar. Nietzsche se afirma en la abundancia (¿o habría que decir: la abundancia no le da a Nietzsche ninguna opción para no afirmarse?), y en la abundancia el gozo y el sufrimiento se abrazan; dice sí sin reservas “aun al sufrimiento, aun a la culpa misma, aun a todo lo problemático y extraño de la existencia...”. Si la cruz del sufrimiento, aunque opuesta a ella, no hubiese estado tan íntimamente unida a la cara de la sobreabundancia, evidentemente su filosofía no hubiese podido ser de afirmación. Pero la experiencia es decisiva. El pensamiento está condicionado por ella. Cada realización de la experiencia es una visión distinta del mundo. La visión de alguien esencialmente vulnerable no puede ser la misma que la de alguien esencialmente enérgico; no se ve lo mismo desde la perspectiva oscura de la debilidad que

Eterno retorno

He aquí la tremebunda puesta en escena del surgimiento del eterno retorno, tal como es presentado en la tercera parte de Así habló Zaratustra . Zaratustra está en su caverna; se despierta “como un loco”, gritando y haciendo aspavientos, señalando hacia el lecho en el que duerme como si hubiese en él otra persona, y empieza la sucesión de exclamaciones, que van marcando las páginas del texto con su inconfundible trazo histérico. “¡Sube, pensamiento abismal, de mi profundidad! Yo soy tu gallo y tu crepúsculo matutino, gusano adormilado: ¡arriba!, ¡arriba!”. “¡Yo, Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo, te llamo a ti, el más abismal de mis pensamientos!”. Y más exclamaciones y signos de admiración: “¡Dichoso de mí! ¡Ven! Dame la mano; ¡ay!, ¡deja!, ¡ay, ay! –náusea, náusea, náusea– ¡ay de mí!”. Zaratustra cae al suelo sin conocimiento, y cuando vuelve en sí tiembla, permanece postrado sin comer ni beber durante siete días, al cabo de los cual

Niëtzky

Con sus animales por delante, el águila y la serpiente, símbolos del orgullo y de la inteligencia, Zaratustra predica su antievangelio. Cuando dice: “Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros, y solo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros”, está invirtiendo Mt 10, 32-33. Zaratustra está esperando que sus discípulos lo nieguen para volver con ellos, porque según explica Nietzsche en Ecce homo : “¿Qué es, sin embargo, lo que él mismo dice cuando por vez primera retorna a su soledad? Exactamente lo contrario de lo que en tal caso diría cualquier ‘sabio’, ‘santo’, ‘redentor del mundo’ y otros décadents ”. Esta última palabra es uno de los muchos términos significativos en el lenguaje de Nietzsche: lo décadent está íntimamente unido a lo humano, y el espacio de Zaratustra, es decir, el del propio Nietzsche, es el de lo sobrehumano. Sin embargo, da la impresión de que Zaratustra está todavía muy cerca, demasiado cerca de aquello de lo que abomina

¿Cómo habló Zaratustra?

Este es un libro que lo deja a uno literalmente patidifuso. Fue escrito en la penúltima década del siglo XIX, y cuando fue publicado apenas tuvo lectores, pero ahora es universalmente conocido, relativamente hablando. En un libro que escribió años después, el menos conocido pero más revelador Ecce homo , Nietzsche vincula la escritura de Así habló Zaratustra a un estado de inspiración, en el cual “todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tormenta de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder, de divinidad... La involuntariedad de la imagen, del símbolo, es lo más digno de atención; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es símbolo, todo se ofrece como la expresión más cercana, más exacta, más sencilla”. Zaratustra es, efectivamente, un prodigio de imaginación y una cascada viviente de creatividad. Nietzsche escribió la primera parte del libro en diez días; la segunda y la tercera habrían sido escritas en un periodo similar de